La rivalidad entre los taxistas formales y los nuevos
conductores de servicios como Uber o Cabify no es nueva. De hecho, en varias
ciudades del mundo se han hecho manifestaciones y protestas en contra de esta
nueva opción de transporte. Los taxistas alegan que estas compañías evaden
impuestos, que no obedecen a una normativa ni fiscal ni de gremio, y que pueden
no ser muy seguras a la hora de usar su servicio.
Estas compañías aseguran que sus conductores están
perfectamente preparados para el servicio que prestan, y en cuanto a la
seguridad, dicen garantizar más la seguridad porque el pasajero puede evaluar
al conductor y de eso dependen sus asignaciones futuras. De hecho, podemos
convenir que un taxi tampoco es la panacea de la seguridad, puesto que un buen
número de robos y violaciones a mujeres ocurren en taxis.
Lo que más molesta a los taxistas es que los conductores de
Uber y Cabify no tienen que pagar el alto monto que pagan los “formales” por
tener una licencia para trabajar. La licencia cuesta mucho más que el auto
donde trasladan pasajeros, y en algunos casos incluso se heredan de padres a
hijos, porque las licencias ni siquiera se han terminado de pagar.
Sin embargo, en lugar de denunciar esto, de luchar para que
el tema de las licencias sea más justo o desaparezca, en lugar de usar Uber y
Cabify como ejemplo de que lo único que se necesita para ser taxista es un
auto, un GPS que funcione y una licencia que pruebe que sabes conducir, como la
que tiene todo el mundo, los taxistas han tomado el camino vengativo, el camino
de decirle al Estado “ya que me jodiste a mí, jódelos a ellos también”.
Ha habido hasta agresiones personales o quema de vehículos
que algún taxista ha creído que trabajan con Uber, que es otra versión del
mensaje: “si no los jodes tú, los jodo yo”. Porque en el fondo los taxistas
están pidiendo control, están aceptando que el sistema es injusto, pero como ya
lo conocen prefieren que se quede así.
Hay muchos ejemplos en los que la gente no pide una mejora
de sus condiciones, lo que pide es que se empeoren las de otro. Casi nadie quiere
pagar impuestos y hace todo lo que puede por evadirlos, pero cuando descubren
que un rico no los paga se enardecen por su comportamiento.
En el deporte, sin ir más lejos, sucede a menudo que algunas
personas disfrutan más la derrota del rival que la victoria de su equipo.
Por supuesto, para ese tipo de personas también hay un grupo
de políticos que están deseosos de llegar al poder, y le dicen a los más
vulnerables que ellos están mal porque otros están bien, y que su gran
propuesta es joder a esos otros que son tan malos. El resultado es que los más
vulnerables no mejoran gran cosa su vida, pero durante un tiempo les entra un
fresquito al ver que los que estaban bien, ya no están tan bien como antes. Eche
un vistazo a su alrededor, solo es cuestión de estar atento, y verá cuanta gente
a su alrededor sufre el síndrome Uber.