Viajar puede ser una aventura maravillosa, algo que nos llene de expectativa, o algo que nos llene de angustia y mal humor si nuestro punto de partida es el Aeropuerto de Maiquetía. Todo comienza cuando nos disponemos a facturar nuestras maletas, para lo cual debemos disponer de unas 2 horas, mínimo.
En esa cola interminable donde la gente no dice más estupideces porque necesita tragar saliva, comienza nuestro cerebro a pensar estupideces propias. Y en esa trama de tonterías, se llega al tema del equipaje: cada vez es más frecuente que las líneas aéreas cobren cantidades bárbaras por exceder el peso permitido.
Ahora bien, ¿por qué todos los pasajeros tenemos el mismo límite de equipaje? Si yo peso 50 kgs., y el señor que llevo al lado pesa, no menos de 80 kgs., deberían concederme el derecho de llevar una maleta adicional de mínimo 20 kgs. Considero que sería lo justo. Las líneas aéreas podrían, por ejemplo, unirse a una campaña contra la diabetes, la obesidad, o lo que les dé la gana, y recompensar con más equipaje a aquellos pasajeros que estén “en la línea”. Podrían establecer como promedio los 70 kilos de peso, y el que esté por debajo del promedio gana kilos de equipaje.
Por otra parte, cuando uno compra un boleto, éste incluye unos fulanos impuestos que valen lo mismo o más que el propio pasaje, el derecho a usar el baño y comida o refrigerio dentro del avión. Bueno, debo informar que estaría en la mejor disposición de renunciar al derecho a comida por una rebaja en el precio del boleto. Tengo por ritual, no subir a un avión sin antes comer en el aeropuerto, para no someterme a ese desastre gastronómico que sirven. En todo caso si la aerolínea desea que me coma algo debería pagarme por servirme semejante agravio.
¿A dónde se dirige? A Madrid ¿A qué se dedica? A pensar. Abra la maleta. ¿Por qué? Abra la maleta. Pero la plastifiqué…
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