Sydney Opera House |
Si alguien toma la decisión de ir desde el Caribe hasta Australia, lo más sano es que cuando llegue al otro lado del mundo, le guste. En verano todo el mundo parece turista, las sandalias y los pantalones cortos se apoderan de las calles, los escotes que estuvieron reprimidos durante la hostilidad del invierno son bienvenidos, los tatuajes que en la estación previa eran privados se muestran para todo público. Y el caminar lento y despreocupado de quien está de vacaciones es compartido por los habitantes del país que quiere que le envíen al príncipe Harry como representante de la monarquía británica.
Como todas las ciudades del mundo, Sydney tiene el tour formal de cosas que hacer, que aparece en cualquier guía de esas, que son como un libro de recetas prácticas para gente que no cocina. Una parada obligada es asistir a una obra en el Sydney Opera House, cuya forma es emblema de la ciudad. Nos dirigimos a ver el Lago de los Cisnes, y vamos un poco tarde, porque tenemos que atravesar una especie de boulevard gigante, sortear los turistas que no tienen prisa y los habitantes que tienen menos, es como si siempre fuese sábado por la tarde, todos sonríen y se quedan viendo el más mínimo detalle como si de una experiencia científica se tratara. Solo una persona camina rápido, no ve para los lados, viste de negro cerrado y lleva un estuche en la mano.
Si no estuviéramos tan cerca del teatro podríamos pensar que es un mariachi pistolero, que en cualquier momento va a hacer justicia por su propia mano como en los sitios que la gente se toma las cosas en serio. Sin embargo, estamos en Australia, aquí no pasan esas cosas, aquí no hay margen de error, aquí está claro que es un músico que participará en la orquesta de la obra y, como nosotros, va tarde. De seguro tendrá que calentar y afinar para empezar a tocar. Ese guerrero enfundado en un traje negro en pleno verano, hoy tomará las armas para darle música a la gente, que si lo vemos bien también es una forma de hacer justicia.
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