Madrugamos otra vez. Hicimos una parada técnica en la plaza de toros que estaba cerrada, pero no hay nada que 20 pesos no resuelvan, así que el guía entrega el billete con disimulo y estamos dentro de la majestuosa plaza, y me parece asombrosa, monumental, solo me da un poco de pena que se llene para ver matar toros, pero bueno cada quien con sus costumbres y tradiciones.
La Casa Azul |
Llegamos a un sitio que esperaba mucho, a Coyoacán, a la tierra de los coyotes, y al Museo de Frida Khalo. Estamos en la casa azul, aunque hay pocas pinturas porque la mayoría está en colecciones privadas, es posible ver su cama, los jardines de la casa y tomarse un café en el cafetín del museo. Es un momento feliz, la casa es en sí misma una gran obra.
Nos dirigimos a Xochimilco, un lugar que recuerda que México está sobre una laguna y que no es mentira lo que te han dicho hasta el momento. Hay unos 1.500 barquitos pintorescos que parecen una suerte de góndola latinoamericana. El paseo consta de mariachis a 100 pesos la canción, maíz, tacos y hasta plantas si así lo deseas, es como un mercadillo flotante, con colores muy vivos, muy tradicional.
De vuelta a Ciudad de México, aunque es tan grande que nunca estuve muy clara en cuándo salimos, nos dejan en un centro comercial, comemos en la feria. Probamos un chile tan picante que nos durmió la mitad de la boca, comenzamos a tener cierta sensibilidad cuando regresamos al hotel. Una cosa es que algo sea picante y otra es que sea anestesia en forma de chile.
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