Estoy en un consultorio médico. Debían atenderme hace hora y media pero ya se sabe que la puntualidad no es nuestro fuerte, no importa cuánto haya estudiado el médico. Frente a mí hay un trío de señoras que están entre los sesenta y los setenta años. Cuando llegué hablaban sin parar, al igual que ahora. Trato de ignorarlas, pero se me quedó el iPod, y de repente pierdo la concentración que necesito para no oírlas, y escucho: “a Chávez hay que matarlo”. Levanto la vista involuntariamente con sorpresa, y sé que no hay vuelta atrás, ante mi sorpresa creen que soy chavista. Pienso que es mejor que ser como ellas, pero que no es cierto, no lo soy.
No paran de hablar. Solo sale con los pies por delante. Esto no lo arregla nadie. A mí me encanta Capriles. Ni en veinte años se vuelve a la normalidad. A mí me dijeron de buena fuente que lo traicionan. Adriana Azzi dijo que estaba enfermo. Los cerros no aguantan más. La gente la está pasando mal. Yo no entiendo como alguien puede ser ni-ni. Todo esto lo dicen mientras tratan de que me una a la conversa, porque ellas juran y están segurísimas de que todo el mundo piensa como ellas.
En verdad, me encantaría unirme a la conversa. Me encantaría decirles que busquen oficio, que estoy totalmente de acuerdo en que hay que matarlo, pero matarlo todos los días. Hay que matar al que vive en nosotros, no al que sale en televisión. Al vivaracho que se come la luz, al que no tiene ninguna ideología, pero si tiene chance se pega al gobierno para robar todo lo que puede; al que raspa la tarjeta afuera aunque no sepa ni para qué lo hace; al que no le da el semáforo para pasar y se queda en el medio trancando a otros; al que pone la música a todo volumen en la casa cuando tiene fiesta o en la playa; al que maneja borracho; al que cayapea a otro porque es del equipo que perdió; al que creo que decirle gay o jevita a otro es un insulto.
Me encantaría decirles que no todo el mundo adora a Capriles porque no es un iluminado que va a solucionarnos los problemas. Y que la existencia de los ni-ni es más una esperanza que una decepción, porque quiere decir que el grupo de personas que han aprendido que no hay que votar por cualquiera ha crecido.
Sin embargo, me callo y no les digo nada, porque aunque vea todas estas cosas, soy cómoda, no quiero discutir y pasar las horas que me faltan de espera en un ambiente hostil. No quiero mal rollo, y eso también es algo que hay que matar. Supongo, que cuando cada quien mate su sombra, su radical, su intolerante, su vivo, entonces no hará falta matar a nadie en particular y se irá solo.
Como diría el Conde, pero es que si eso pasa, ¿a quién le vamos a mentar la madre después?
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